Según el Antiguo Testamento,

¿existe la vida eterna?

No cabe duda de que fue la Iglesia —con una pequeña ayuda de Dante Alighieri— que popularizó la noción de la vida después de la muerte, y en particular la creencia en un infierno, un purgatorio y un paraíso.

¿Cuán diferente es esto en el Antiguo Testamento?

La respuesta es interesante, y se encuentra en el mismo texto bíblico. Pero no es una respuesta explícita. Más bien, parece que el Antiguo Testamento quisiera aludir al más allá de una forma disimulada, sin expandir en ello.

Así como hoy en día decimos “y pasó a mejor vida”, también el Antiguo Testamento tenía una expresión para referirse al lado espiritual de la muerte. Se trata de una frase que recurre prácticamente cada vez que muere un protagonista.

Por ejemplo, cuando Abraham muere se dice:

Y expiró Abraham y murió en buena vejez, anciano y satisfecho, y fue reunido con su gente.

Y más tarde, cuando es el turno de Ismael:

Y expiró [Ismael] y murió y fue reunido con su gente.

En el caso de Isaac, sus hijos los sepultaron luego de que:

Expiró [Isaac] y murió, y fue reunido con su pueblo, anciano y colmado de días.

Y luego Jacob, frente a sus hijos en su lecho de muerte:

Recogió sus pies sobre el lecho; expiró y fue reunido con su pueblo.

Pero…

¿Cómo podemos estar seguros de que la expresión se refiere a eso y no simplemente a que alguien fue sepultado con sus ancestros?

Varios casos nos ayudan a despejar la duda, y uno de ellos es el de Aarón en el libro de Números.

En ocasión de su muerte, la Biblia especifica la ubicación de la tumba de Aarón, el monte Hor. Pero los restos de los ancestros de Aarón —Abraham, Isaac y Jacob con sus respectivas esposas— reposan en la cueva de Macpela en Hebrón, en la región de Canaán (actual Cisjordania), ubicada considerablemente al norte del monte Hor.

Pero en el Pentateuco encontramos un caso aún más inequívoco: el de Moisés, el más grande profeta del Antiguo Testamento.

Cuando Moisés está a punto de morir, Dios le anuncia que debe subir al monte Nebo, desde el cual podrá ver la Tierra Prometida, pero sin entrar en ella.

Y a ese punto le dice:

“Muere en la montaña a la cual ascenderás y serás reunido con tu pueblo, así como murió Aarón tu hermano en el monte Hor y fue reunido con su pueblo.”

Unos capítulos más adelante, la Biblia nos habla de su entierro, que tiene algo único: Moisés será sepultado por Dios mismo.

Lo enterró en la hondonada, en la tierra de Moab, frente a Bet-peor, y nadie sabe dónde está su tumba hasta el día de hoy.

Entonces, no sólo los restos de Moisés y los de su hermano Aarón yacen en dos lugares distintos, sino que ambos se encuentran en lugares diferentes a los de sus ancestros.

Así que no, la expresión “reunirse con el pueblo de uno” no tiene nada que ver con la realidad material. Es una clara referencia a lo que nos espera al otro lado de nuestros días terrenales, la realidad puramente espiritual que tanto judíos como cristianos conceptualizan como la vida eterna.

Pero ¿a qué se debe que el Antiguo Testamento sea tan críptico con respecto a la vida eterna?

En el Secreto #54 de “Secretos Bíblicos: 127 trasfondos reveladores sobre las historias más célebres del Antiguo Testamento” exploramos por qué la Biblia mantiene esta inquietante ambigüedad sobre lo que pasa después de la muerte, un tema sobre el cual seguiremos interrogándonos hasta el fin de los tiempos.

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