El nombre olvidado
de la Torre de Babel
Cuando leemos Génesis 11, nos encontramos con una descripción detallada del proyecto babilónico:
Y dijeron: “Vamos, construyamos una ciudad, y una torre con su cima en los cielos y hagámonos un nombre, no sea que seamos dispersados por toda la tierra".
Aquí vemos la mención de una “torre”, pero en ningún momento se le asigna un nombre específico. El término “Babel” aparece en el versículo 9 del mismo capítulo:
"Es por eso que se llamó Babel, porque fue allí donde el Señor confundió el idioma de toda la tierra y desde ahí el Señor los dispersó por toda la faz de la tierra".
Notemos que “Babel” se refiere a la ciudad, no específicamente a la torre. El nombre deriva del verbo hebreo “balal”, que significa “confundir” o “mezclar”, haciendo alusión a la confusión de lenguas que Dios provocó.
¿Qué relevancia tiene que la torre no tuviera un nombre?
Esta ausencia de una designación propia para la torre no es un simple descuido. En el mundo antiguo, nombrar algo era un acto de poder y autoridad. Al no darle un nombre a la torre, el texto podría estar sugiriendo que el proyecto humano carecía de legitimidad frente a la autoridad divina.
Además, recordemos el motivo de los constructores:
"...hagámonos un nombre, no sea que seamos dispersados por toda la tierra".
Irónicamente, su deseo de “hacerse un nombre” queda frustrado no solo por la intervención divina, sino también por la narración misma, que se niega a nombrar su obra.
La torre sin nombre se convierte así en un símbolo de los proyectos humanos que, por grandiosos que parezcan, pueden carecer de sustancia ante los ojos de Dios.
Pero hay más en esta historia de lo que parece a simple vista. No es casualidad que muchos curiosos a menudo se pregunten por qué Dios no quiso que los hombres construyeran la torre. ¿Fue una simple cuestión de ego?
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