El sacrificio de Rebeca
Rebeca ayuda a su hijo menor, Jacob, a engañar a su padre Isaac para recibir la bendición que originalmente estaba destinada a Esaú, el primogénito. Pero ¿nos hemos detenido a considerar el costo personal que este acto tuvo para Rebeca?
Rebeca le dice a su hijo:
“Hijo mío, obedece mi voz respecto de lo que te voy a ordenar”.
Génesis 27:8
Y aquí no solo queda en evidencia una madre que favorece a un hijo sobre otro. En ese instante la matriarca está tomando una decisión que alterará el curso de la historia de su familia y, por extensión, del pueblo de Israel.
Lo que muchos lectores no notan es que este acto de Rebeca tiene consecuencias devastadoras para su relación con Jacob.
Después de recibir la bendición, Jacob se ve obligado a huir de la ira de Esaú. Rebeca, consciente del peligro, le dice a Jacob:
"Por eso ahora, hijo mío, escucha mi voz y levántate y huye a casa de mi hermano Labán en Harán".
Génesis 27:43
Lo que sigue es un silencio ensordecedor. No hay registro en la Biblia de que Rebeca volviera a ver a Jacob. El texto no menciona ningún reencuentro. Su querido hijo simplemente desaparece de su vida.
Este silencio textual es significativo. En una narrativa que suele ser explícita sobre los encuentros familiares, la ausencia de cualquier mención de un reencuentro entre Rebeca y Jacob sugiere que nunca ocurrió. Rebeca sacrificó su rol de madre, al menos en relación con Jacob, por el plan divino.
Cuando Rebeca estaba embarazada de los gemelos, Dios mismo le dijo:
"Dos naciones hay en tu vientre; dos gobiernos de tus entrañas se separarán; de un gobierno al otro el poder pasará y el mayor servirá al menor”.
Génesis 25:23
Y aunque su actuar es criticado por algunos lectores, simplemente fue muestra de su obediencia. ¿Hasta qué punto estuvo dispuesta a sacrificar con tal de hacer su parte en el curso correcto de las cosas?
Esta intrincada dinámica familiar nos lleva a una pregunta más profunda: ¿Por qué Dios eligió a Jacob en lugar de a Esaú para perpetuar el Pacto?
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