La importancia de la sangre
en el Antiguo Testamento
Contrario a lo que muchos podrían pensar, la sangre en el Antiguo Testamento es, ante todo, un símbolo poderoso de vida.
Para entender esto, debemos remontarnos al libro de Génesis, donde encontramos la primera mención significativa de la sangre:
"Pero carne con su vida, su sangre, no habrán de comer".
Génesis 9:4
Este versículo forma parte de las instrucciones que Dios da a Noé después del diluvio. Aquí, la sangre se equipara directamente con la vida. Esta asociación no es casual ni aislada; se repite y refuerza a lo largo de todo el Antiguo Testamento.
En Levítico, uno de los libros más ricos en rituales y simbolismos, encontramos una explicación más detallada:
"Pues el alma de la carne en la sangre está y la he asignado para ustedes sobre el Altar para expiar por sus almas; porque es la sangre lo que por el alma expía".
Levítico 17:11
Este pasaje es fundamental para comprender el papel de la sangre en los sacrificios. No se trata de un acto de violencia gratuita o de aplacar a un dios sediento de sangre. Por el contrario, la sangre, como portadora de la vida, se ofrece como un don precioso, un medio de conexión entre lo humano y lo divino.
La prohibición de comer sangre, que se repite varias veces en la Torá, refuerza esta idea. No se trata de una mera regla dietética, sino de un reconocimiento profundo del carácter sagrado de la vida:
"Porque la vida de toda criatura, su sangre su vida representa; así que digo a los Hijos de Israel: la sangre de ninguna criatura consuman, porque el alma de toda criatura es su sangre".
Levítico 17:14
Esta concepción de la sangre como vida tiene implicaciones profundas en la cosmovisión hebrea. Por ejemplo, en el relato de Caín y Abel, la sangre derramada de Abel clama a Dios desde la tierra (Génesis 4:10). No es simplemente un fluido corporal, sino la esencia misma de la vida de Abel que ha sido injustamente truncada.
Entender la sangre como símbolo de vida nos ayuda a interpretar mejor muchos pasajes del Antiguo Testamento. Los sacrificios, lejos de ser actos de crueldad, representan la ofrenda de lo más valioso —la vida misma— como medio de expiación y comunión con Dios.
Esta comprensión también arroja luz sobre uno de los episodios más desconcertantes del Antiguo Testamento: el casi sacrificio de Isaac por Abraham. Si la sangre es vida, ¿qué significa realmente que Dios pidiera a Abraham que ofreciera a su hijo?
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