Cuál es el significado del nombre “Israel”

y cómo define la relación de los judíos con Dios

Eran días de incertidumbre, tensión y algo de miedo. Después de tantos años, Jacob iba a reencontrarse con su hermano Esaú. La última vez que estuvieron en el mismo lugar fue cuando Jacob “usurpó” la bendición al hermano. Ahora, a pocas horas de volver a verse cara a cara, lo mínimo que Jacob se espera es una guerra.

Pero lo que no se espera en lo absoluto era lo que ocurre la noche anterior. Cuando Jacob vuelve por su camino para recuperar sus cosas, de repente un ángel lo ataca, y los dos forcejean durante toda la noche. Cuando sale el sol, Jacob triunfa en la pelea y el ángel le da un nuevo nombre.

El nuevo nombre hebreo de Jacob es יִשְׂרָאֵל (Yisra’el), y su significado es generalmente interpretado como “el que lucha con Dios”. Esta interpretación proviene directamente del relato de la lucha de Jacob con el ángel:

"Tu nombre no será más Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido."

Sin embargo, esta no era la primera vez que un patriarca “luchaba” con Dios.

Si nos regresamos a Abraham, hay varios momentos en los que él cuestiona las acciones divinas. Como en una relación casi fraternal, no vacila en perdirle que reconsidere lo que está por hacer.

Un ejemplo es cómo Abraham intenta persuadir a Dios de que no destruya Sodoma y Gomorra, diciéndole:

“¿Acaso también destruirás al justo junto con el malvado? Quizás haya cincuenta justos dentro de la ciudad: ¿aún así la destruirías y no salvarás el lugar por los cincuenta justos que estén dentro de él? Sería un sacrilegio que hicieras algo así, matar a los justos junto con los malvados, por lo que los justos serán iguales que los malvados. ¡Eso sería un sacrilegio para Ti! ¿Acaso el Juez de toda la tierra no hará justicia?”

Abraham es muy listo en su argumentación, porque para convencer a Dios usa sus mismas “credenciales”, haciéndole ver la contradicción entre ser el “juez de toda la tierra” y “destruir al justo junto con el malvado”.

Así que no es de extrañar que esta sea la respuesta de Dios:

“Si encuentro en Sodoma cincuenta justos dentro de la ciudad, entonces salvaré todo el lugar por ellos.”

Viendo que su método funciona, Abraham sigue rebajando su oferta primero a cuarenta y cinco, luego a cuarenta, treinta, veinte, y finalmente a diez personas justas para salvar a la ciudad de la destrucción.

En esta conversación, Dios no reprendió a Abraham ni ignoró su pedido. Al contrario, respondió favorablemente a cada caso hipotético que el patriarca trajo a la mesa.

Pero no pensemos que este derecho a discutir esté reservado solo a los patriarcas de Israel. Moisés tampoco pudo quedarse callado, y cuando lo consideró pertinente, intentó calmar el malestar de Dios. Por ejemplo, cuando ocurre el incidente del becerro de oro.

En esta ocasión Dios llega al colmo. Después de ser paciente con un pueblo malagradecido (ver artículo Por qué Dios fue tan paciente con los israelitas), los israelitas exceden todo límite, adorando un becerro de oro al que daban por dios. Era tan insolente lo que estaban haciendo ante el becerro, que Dios no veía de otra que exterminarlos.

Pero Moisés no está para nada de acuerdo, y le dice:

“¿Por qué, Señor, ha de derramarse Tu enojo contra Tu pueblo, al que sacaste de la tierra de Egipto en despliegue de poder y con Tu mano fuerte? Los egipcios van a decir: ‘¡Con mala intención los sacó, para matarlos en los montes y hacerlos desaparecer de la faz de la tierra!’ Retráctate de Tu encendida ira y reconsidera semejante mal contra Tu pueblo. Recuerda a Abraham, Isaac e Israel, Tus siervos, a quienes les juraste por Ti mismo, diciéndoles: ‘Multiplicaré a sus descendientes como las estrellas del cielo, y les daré toda esta tierra, de la cual les he hablado, para que sea su herencia para siempre’.”

De nuevo, Moisés pone a Dios entre la espada y la pared utilizando Sus mismas palabras —y provoca exactamente el efecto esperado:

Entonces desistió el Señor del mal que había declarado le haría a su pueblo.

Todos estos pasajes muestran la que la Biblia considera la correcta postura del hombre religioso.

Al contrario de lo que es normal en las demás religiones, el pueblo del Antiguo Testamento está llamado a analizar, a hacerse preguntas, e incluso a “luchar” con Dios con tal de entender los designios de Este. En pocas palabras, la relación entre el hombre y Dios es mucho más “horizontal” que la de otras religiones no bíblicas, donde entablar una conversación con el Todopoderoso sería visto como un síntoma de locura. Significativamente, todo esto está encapsulado en el mismo nombre del pueblo de Israel.

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